En el parque infantil de Ventorrillo, en Pesquera, hay más máquinas para hacer ejercicio que columpios. Justo enfrente, está la terraza del restaurante que lleva Carmen Ruiz con su marido. Sirven los primeros cafés del día a cuatro operarios de Adif vestidos de amarillo chillón. A esas horas de la mañana, con la bruma agarrada al quitamiedos de Las Hoces por donde apenas pasan coches, y con el sol aún sin calentar, Aria camina de la mano de sus padres hacia los columpios. Son casi 'sus' columpios, porque el parque lo construyeron cuando ella nació, hace dos años y medio.
Estela Gutiérrez y Christian Gil salen de casa temprano para llevarla a la guardería a Reinosa. En la bolsa de Minnie Mouse va el almuerzo, pero al pasar por delante del restaurante, Jesús sale a su encuentro, con la cara sonriente curtida por la edad: «¡Aquí viene la moza de Pesquera!», le dice con un canto en la voz que suena a montaña y letras aspiradas. La niña suelta a sus padres, y con ese caminar recién aprendido, se acerca y le coge la bolsa de gusanitos que le ofrece. Lo de Jesús no es un hecho aislado. «Siempre que pasa por aquí le damos algo, todos en el pueblo la conocen, ¡imagínate! Es la niña de todos, la niña de Pesquera», dice Carmen Ruiz al otro lado de la barra donde lleva trabajando 19 años.
Jesús no es de Pesquera –«soy de Santiurde, donde el que no la hace, la urde»– y se coloca bien el hatillo en el hombro y se despide de la pequeña: «Adiós, moza, me voy a coger setas», y la pequeña le dice adiós como a un abuelo; a él y a todos los mayores del pueblo con los que se cruza en su breve camino a los columpios a diario. Vive a escasos veinte metros, en una casa que sus padres compraron animados por el buen precio, la cercanía con Reinosa, las buenas comunicaciones por tren y carretera: «Ojalá se anime más gente a venir a vivir a los pueblos, aquí estamos muy bien y lo tenemos todo a mano», dice Estela. Su hija crece en un pueblo donde en los últimos diez años solo se han registrado diez nacimientos. ¿Le preocupa? «No», dice, «en la guardería se relaciona con más niños, en el colegio hará su grupo de amigos, y cuando sea lo suficientemente mayor tenemos ahí mismo la parada del autobús y el tren», y señala a un lado y al otro donde la bruma deja pasar los primeros rayos de sol, y con él, la visión de un paisaje verde y poderoso. «No queríamos meternos en un piso, queremos naturaleza, somos gente tranquila que quiere llevar una vida tranquila, y aquí se vive muy bien», dice mientras su marido, que trabaja en la Gullón (Aguilar), empuja el columpio de su hija. «No hay mucha diferencia entre lo que tardo al trabajo, y además el precio de la vivienda no tiene nada que ver aquí con sitios como Mataporquera o Reinosa», dice. Y mientras Aria sonríe, como si supiera que su presencia se hubiera convertido en una forma de milagro.
Territorio y circunstancia
El municipio de Pesquera tiene una casa abandonada justo en esa plaza de Ventorrillo donde están los columpios de Aria y el restaurante de Carmen Ruiz. El resto de casas de piedra tienen todas los tejados nuevos, cierres con setos, tendales con ropa. Y sobre todo, flores; balcones con surfinias rosas que cuelgan o geranios en macetas de barro. También hay una bolera cubierta y otro restaurante arriba, en el pueblo (Ventorrillo es un barrio, justo en el mismo acceso desde la carretera) con mesas apiladas, muestra de que hay encuentros numerosos en fin de semana y vacaciones. Pero, ¿y el resto del tiempo? ¿Hay un mañana posible para municipios donde la tasa de natalidad está por debajo de la media en la región, ya de por sí, baja (la cuarta del país, por detrás solo de Galicia, Asturias y Castilla y León, según el INE)? Hay que mirar la población joven para atisbar ese futuro, y a día de hoy, el porcentaje de menores de 15 años en relación con el total de la población «es muy bajo en Cantabria», como advierte Carmen Delgado, catedrática de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Cantabria. La tasa de juventud se situaba en 2018 en un 13,4% en la región, y si bien ese valor es inferior en numerosos municipios rurales donde la media es de 9,3%, «esta cifra llega a valores ínfimos en algunos de los situados en las comarcas montañosas occidentales como Tresviso (1,5%), Tudanca, (2,8%) y centrales, como Pesquera, que es del 2,9%». Y en esos porcentajes entra la pequeña Aria, entra también Laya, la otra niña del pueblo que nació hace 8 años, o los dos hijos de Carmen Ruiz, de 17 y 19 años: «Crecieron juntos y no había muchos más niños, y ahora lo tienen difícil para quedarse. Uno está buscando trabajo, el otro está estudiando un módulo de FP en Reinosa, y tenemos el problema de que al no ser enseñanza obligatoria, el autobús ya no baja a recogerle al pueblo desde Aguayo, y tiene que subir y cogerlo en mitad de un stop». Sirven unos diez menús al día y bastantes más los fines de semana. «Viene mucha gente que tiene aquí su segunda residencia», o a pasar el día como Florencio y Rafael, nacido en Rioseco, que sigue volviendo al escenario de su infancia siempre que puede «cuando hace bueno», como esa mañana en la que ya no hay rastro de bruma y los avellanos dibujan sus primeros brotes. Los dos hombres tiran de sus ramas y ven el otoño en sus frutos: «Aquí donde estamos, antes se escuchaban muchísimos campanos, ahora no queda nada», dice. Y de fondo, a lo lejos, un cencerro aislado le da la réplica.
Arriba, el ayuntamiento ocupa un edificio centenario con tres entradas sobre las que se lee en letras negras 'cárcel', 'consistorio' y 'teatro'. Allí conviven los servicios administrativos que presta a diario Raquel Quijano y la sala donde una, vez por semana, se convierte en consultorio médico. Ante el efecto que ha podido tener la pandemia con los teletrabajos, ella lo niega: «Falta internet de calidad para que la gente venga y trabaje desde aquí», porque a falta de fibra, funcionan con internet de aire, «pero va muy mal, y con las nevadas se corta: mientras no solucionen esto, ¿ quién va a venir a trabajar desde aquí?».
La bajada del 37% de la natalidad en Cantabria en los últimos 10 años, con casi 2.000 nacimientos menos, esconde una casuística, por tanto, más compleja: «¿Cómo se puede fomentar la natalidad cuando no hay población en edad fértil? No hay niños porque no hay jóvenes, y sin adultos jóvenes, es prácticamente imposible. Lo importante es fijar población de esas edades, que es la que puede regenerar, y para eso es clave la accesibilidad», insiste la experta: «Aísla más la falta de accesibilidad telemática que la física, y el reto demográfico es ahora un reto territorial, porque ya no habitamos núcleos de población, habitamos territorios, es decir, tu vida no se hace en un solo lugar, sino que se reparte entre donde vives, donde compras, donde te diviertes». Facilitar ese tránsito y conectar puede ser la clave para zonas en riesgo, sobre todo pequeños núcleos del alto Besaya (Aguayo o Pesquera), el saliente sur de Cantabria (Valdeprado o Valdeolea), y Liébana (la franja de Tresviso, Peñarrubia, Lamasón y Polaciones). Un informe del Gobierno de Cantabria cifra en 39 municipios en proceso de despoblación, ¿tendrán nombre los últimos niños que los habitan? ¿Quién usará el columpio de Aria cuando ella se suba al autobús?